martes, 22 de mayo de 2012

Protesten: forma parte del guión


http://blogs.publico.es/otrasmiradas/297/protesten-forma-parte-del-guion/


En su última etapa intelectual, el sociólogo conservador Talcott Parsons concibió un genial esquema para explicar el funcionamiento de las sociedades. Parsons concibió la colectividad como un sistema con distintas partes interaccionando entre sí: sus alumnos llamaron AGIL al artilugio conceptual. Con este boceto se pretendía explicar cómo una sociedad se mantenía estable y por qué procedimientos se producía en ella el cambio.

AGIL describe una sociedad en la que el mundo de la empresa se encarga de la adaptación al medio, “A”, los gobiernos tratan de conseguir una serie de metas políticas y también económicas, “G”; todo esto tiene lugar en un sistema legal que tendría las tareas de integración de los ciudadanos “I”, bajo la influencia de una serie de valores, de creencias y de actitudes de los miembros de la sociedad, que serían sus patrones latentes de comportamiento “L”. Los cambios en las áreas delimitadas por cada letra supondrían modificaciones en las demás para mantener la sociedad adecuadamente cohesionada.

Si aplicamos este esquema a la realidad política, económica y social española, nos podemos encontrar con un mundo de la empresa y un Gobierno en interacción e intercambio constantes: los planes de rescate a la banca, la negociación por el déficit de tarifa, las deducciones fiscales a la vivienda… Los contactos son tan frecuentes entre “A” y “G” que a veces confundimos las declaraciones del presidente del BBVA con las del señor Ministro de Educación. Y no será casualidad, por tanto, que entre un mundo y el otro se intercambien los personajes: la conocida como “puerta giratoria” no es más que la grasa o el pegamento para mantener las letras en consonancia. Por cierto, José Ignacio Wert, el titular protagonista de los últimos recortes, fue director adjunto del señor Francisco González al frente del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria.

Pero, comprendidas la “A” y la “G”, no tenemos aún casi nada: precisamente cuando más profundas se hacen las “reformas”, más se endurece la ley contra las protestas y la “desobediencia civil” (“I”). Pero esto no es suficiente: para que la estabilidad -en Parsons-, o la dominación -para Marx- sean completas, necesitaríamos, por supuesto, el “consenso” de los ciudadanos. Además de las leyes que nos mantienen en nuestro sitio, es necesario que exista un número importante de canales de radio, televisión, etc., que afirmen en su discurso prácticamente lo mismo. De  este modo, la subcultura que crea la tele, filtrada por las redes sociales y familiares, machacada con las portadas periodísticas de los kioskos, hace imposible imaginar una alternativa a lo que está ocurriendo. Y lo que se define como real termina siéndolo, en sus consecuencias…

Dicen que cuando una situación comienza a verse como evitable, solucionable, se hace verdaderamente imposible de soportar. De que esto no ocurra jamás se encargan todos los medios de persuasión y, de paso, nosotros mismos como cómplices, conformando la “L” que cierra el sistema y, de paso, el círculo. Se perpetúa así la estabilidad de la inestabilidad, la cruel paradoja del contrato indefinidamente temporal recientemente aprobado, la asunción estatal de las deudas bancarias, empresariales y de las familias más ingenuas o engañadas. Se nos cierra la puerta, se privatiza la realidad y nos mantenemos relativamente contentos, viendo series, relajándonos en compañía o incluso simulando indignación. Vence Parsons, como ya temían indirectamente desde la Escuela de Frankfurt, y perdemos la mayoría de nosotros. Que este y otros artículos críticos sean tachados de pesimistas y catastrofistas forma también parte del guión, de esas actitudes y orientaciones de valor que nos mantienen quietos, mientras siguen siendo otros los que deciden sobre lo que más nos importa en la vida.


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