lunes, 9 de enero de 2012

Mamá, he vuelto a casa

Desde 2008 más de medio millón de los jóvenes emancipados han tenido que regresar con sus padres al no encontrar medios para subsistir 

A. TORRÚS / A. FLOTATS 09/01/2012 08:33
Carlos Guisasola, de 31 años, tuvo que regresar a la casa de sus padres tras quebrar su empresa en 2009. Ángel Navarrete

Carlos Guisasola, de 31 años, tuvo que regresar a la casa de sus padres tras quebrar su empresa en 2009. Ángel Navarrete

Salieron de casa jóvenes. Se formaron lejos del hogar de sus padres. El país crecía a un ritmo del 4% y los políticos prometían el pleno empleo. Después pasó lo que pasó y los sueños se convirtieron en pesadillas. Según el último informe del Observatorio de la Juventud en España, que depende del Instituto de la Juventud (Injuve), desde el año 2008 a la actualidad, el 20,7% de los jóvenes entre 16 y 29 años emancipados, más de medio millón de personas, han tenido que volver a casa: ha llegado la desemancipación.
Es el caso de Carlos Guisasola, de 31 años, que hace dos tuvo que regresar a casa de sus padres y con ellos continúa. En el 2002, en plena burbuja inmobiliaria, este joven montó una empresa de maquetas para nuevas construcciones. El negocio marchaba viento en popa y los proyectos surgían uno tras y otro. "Con mi empresa y los ingresos no dudé en irme a vivir solo, como es natural", reconoce.
La empresa, montada entre unos cuantos amigos, crecía como la espuma. Al poco tiempo tenía 15 empleados y dos naves de 180 metros cuadrados. Pero el control ya no lo tenían ellos, sino sus "socios capitalistas". "La empresa iba tan bien que los socios de la inmobiliaria me ofrecieron una casa a construir por apenas 200 euros al mes que descontaban de mi salario", recuerda.
Pero la burbuja no fue para siempre y, al estallar, la empresa de Carlos fue una de las primeras en caer. Desapareció su única fuente de ingresos, dejó a deber un préstamo importante a una entidad bancaria y el dinero que había invertido en la casa a edificar se evaporó.
La única solución que tuvo Carlos fue volver a casa de sus padres. "Por suerte la familia siempre está para apoyarle a uno", señala. De hecho, sólo en el último año 140.500 jóvenes (el 6,8% de los emancipados) han tenido que regresar a casa de sus familiares al no encontrar medios para subsistir de manera independiente.
Tampoco ayudará que el nuevo Gobierno del PP elimine, como ya ha anunciado, la subvención al alquiler de 210 euros al mes, que el Ejecutivo de Zapatero creó en 2007. La Renta Básica de Emancipación se mantendrá para los 300.000 jóvenes que ya la cobran, pero unos 75.000 jóvenes con ingresos anuales inferiores a 22.000 euros, se quedarán sin ella.

Consecuencias psicológicas

Ángel de la Fuente, investigador del Instituto de Análisis Económicos (CSIC), señala que la inexistencia de posibilidades para la emancipación retrasa la edad de formar una familia y afecta a las capacidades personales y psicológicas. "Si es una situación temporal no pasa nada grave, pero si el problema es de larga duración puede provocar problemas psicológicos y de autoestima en los individuos", señala.
No obstante, la desemancipación no ha afectado a todos los sexos por igual. En los últimos años ha regresado al hogar un porcentaje de hasta diez puntos mayor en el caso de los hombres que en el de las mujeres, según los datos del Injuve. Este dato es explicado por Luis Ayala, catedrático en Teoría Económica de la Universidad Juan Carlos I, como consecuencia del derrumbe del sector inmobiliario. "Es obvio que aunque toda la economía se ha visto afectada por igual, eran más los hombres jóvenes que se han visto afectados. Eran ellos los que se ponían el mono de albañil recién acabada la ESO o el Bachillerato", señala.
Adrián Martínez se puso uno de esos monos con 20 años recién cumplidos. Hasta entonces había estado haciendo cursos del paro, como el de instalador de aires acondicionados.
Durante cuatro años, su salario sobrepasó con frecuencia los 1.500 euros mensuales y decidió probar suerte e irse a vivir con su pareja. "Afortunadamente, preferimos no hipotecarnos. Estuvimos cerca porque mucha gente nos decía que el alquiler era regalar el dinero mientras que hipotecarte era una inversión, pero preferimos probarnos como pareja", recuerda ahora Adrián.
Y esa precaución les salvó de la ruina. Al cabo de dos años viviendo juntos comprobaron que funcionaban como pareja pero los dos perdieron sus empleos y tuvieron que volver con 24 años a casa de sus padres. "Volver siempre es un fracaso. Pero lo peor no es eso, sino no saber cuándo me podré marchar otra vez", se pregunta Adrián.

Exageración

Julio Carabaña, catedrático de Sociología en la facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, considera que "no conviene exagerar" ya que "la edad de emancipación se ha venido retrasando desde los años setenta y eso no es atribuible a la pobreza". Carabaña insiste en que ahora los jóvenes "son más ricos que nunca", pero sus expectativas han cambiado. "Antes, la emancipación era siempre en pareja y con mucha pobreza. No se contemplaba, como ahora, la emancipación en solitario", explica.
El problema de la desemancipación no afecta sólo a jóvenes sin estudios víctimas de la burbuja del ladrillo. Hay un sector de la población especialmente azotado por la recesión: los estudiantes. "Siempre les hemos dicho a nuestros jóvenes que si estudian obtendrán trabajo y mejorarán su nivel de vida. Hemos mitificado la formación", opina Ayala.
Y ahora pagan las consecuencias jóvenes como Antía Valbuena, una gallega licenciada en Comunicación Audiovisual en Santiago de Compostela y con un máster de dirección de cine en Barcelona. Tiene 26 años pero de repente suelta una frase más propia de sus abuelos: "Es lo que nos ha tocado vivir". Aunque mucho menos grave que una guerra, lo que le ha tocado vivir a Antía también está marcando su juventud. Había planeado instalarse en Barcelona pero le ha tocado volver a casa de sus padres porque no encuentra trabajo. "Hice prácticas en una empresa y me iban a coger, pero al final, nada", cuenta ahora desde su Coruña natal. "No encontraba trabajo y me daba vergüenza que mis padres me siguieran manteniendo", explica.
La única solución que se plantea es emigrar al extranjero. "Si me llaman de Barcelona, me vuelvo a ir. Y si no me llaman, me voy fuera. Para estar aquí sin hacer nada, me marcho a otro país y al menos aprendo un idioma", señala esta joven, que se pregunta: "¿Tanta formación para acabar siendo dependienta? No es justo".

Precarización

Como Antía son muchos los jóvenes licenciados españoles que, tras volver a casa de sus padres, han optado por irse fuera para continuar su formación o, simplemente, para lograr un trabajo que les haga salir de la monotonía en la que el paro ha convertido su vida.
El catedrático Ayala afirma que la realidad que están viviendo muchos jóvenes simboliza la ruptura de la movilidad social ascendente. Es decir, que esta generación de jóvenes posiblemente vivirá peor que sus padres. El catedrático también señala que se produce una brecha social entre aquellos jóvenes que se pueden permitir continuar su formación en el extranjero a la espera de que la crisis amaine y los que no pueden seguir pagándose su formación ni con la ayuda familiar.
Entre los jóvenes que han optado por salir al extranjero está Ana Domínguez, de 24 años. Esta chica, con una licenciatura en Administración y Dirección de Empresas y un máster, tiene un billete de ida a Lisboa. Allí la espera un bufete de abogados en el que podrá demostrar sus conocimientos. "Es una beca de la Cámara de Comercio de Cádiz. Me la dieron porque hice un curso de Formación Profesional del Inem", cuenta esta joven de la Línea de la Concepción (Cádiz). Después de estudiar cuatro años en Sevilla, donde vivió en una residencia y luego compartió piso, Ana se ha visto obligada a volver con su familia. "Estuve un año mandando currículum y haciendo cursos, pero no tenía ingresos. Mis padres no me iban a pagar unas vacaciones", explica. Ahora, en La Línea, siente que ha perdido la independencia que había ganado en Sevilla y las oportunidades laborales que, de existir, dice que serían más numerosas allí. "Es muy decepcionante que con todo lo que he estudiado, ahora no encuentre trabajo", se lamenta Ana, que no descarta quedarse en Lisboa si le surge una oportunidad.
La solución al problema de la vuelta a casa no es fácil, según reconoce Ayala. Aunque la solución, asegura, "no pasa por continuar precarizando las condiciones laborales de los jóvenes ni aprobar la propuesta de los minijobs", concluye.



¿Qué te ha parecido este artículo? ¡Deja tus comentarios!

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario