lunes, 7 de noviembre de 2011

La sombra de una huelga

http://blogs.publico.es/fueradelugar/981/la-sombra-de-una-huelga


Republico este texto mío aparecido el 13 de agosto de 2008 en la sección Dominio Público de este periódico, por si pudiera aportar algo al debate abierto sobre en qué puede consistir hoy una huelga general. Amador Fernández-Savater


Cuenta el filósofo Jacques Ranciére que, al ser inquirido sobre su profesión en un juicio, el revolucionario Blanqui respondió: “proletario”. “Pero eso no es una profesión”, objetó el acusador a Blanqui, que por lo demás tampoco era lo que habitualmente se llama un trabajador. “Es la profesión de la mayoría de nuestro pueblo, que está privada de derechos políticos”, remachó Blanqui.

Ranciére reflexiona a partir de esta anécdota sobre la tensión polémica entre política y policía. La policía es la distribución jerárquica de lugares y funciones, una lógica de clasificación social que encierra “a cada uno en su sitio”. La política, por el contrario, interrumpe esa cuenta de las partes de la sociedad, reconfigura el mundo común. Durante mucho tiempo, proletario fue el nombre, no de un grupo social determinado, una categoría, una parte del todo, sino precisamente de “la parte de los sin parte”, la perturbación del mapa de lo posible, un espacio de subjetivación donde cualquiera podía contarse, incluido Blanqui. Proletario fue un nombre de la política.

Hoy parece que las cosas han cambiado. Sin duda, los conflictos laborales no han desaparecido, pero se diría que han perdido esa capacidad política: abrir preguntas sobre la sociedad en que vivimos, transformar las relaciones de base, ir más allá de la definición sectorial y corporativa de los problemas, inventar nuevas posibilidades para la acción colectiva. Esa autorreferencialidad finalmente los debilita, los vuelve manejables.

En un mundo saturado de pseudo-acontecimientos, tal vez un no-acontecimiento pueda darnos qué pensar. Al menos como indicio, síntoma, señal. A finales de mayo comenzó a circular un mail anónimo llamando a una huelga general contra la subida del precio de la vida para el pasado 15 de julio. Una huelga ni corporativista ni sindical. Se pueden rastrear los debates que el mensaje generó en foros tan heterogéneos como burbuja.info, lahoradelpintxo.com o… ¡la página web de la revista Telva! Seguramente, el texto de la convocatoria mueva a risa o irritación a más de uno: ausencia de soluciones o reivindicaciones precisas (sólo “¡que nos dejen de sangrar!”), estímulos publicitarios (“¡la primera huelga general convocada por Internet!”), estilo desaliñado típico de la red…

Pero en los tiempos que corren hay que rebajar prejuicios si se quiere comprender algo de lo que pasa. Los gestos y las palabras con mayor capacidad de incidencia política de los últimos años han venido siempre de lugares imprevistos y de sujetos con los que nadie contaba: pensemos en la actuación de los titiriteros durante los premios Goya de 2003, en el sms que nos convocó frente a las sedes del PP el 13-M, en el discurso de Pilar Manjón, en el mail anónimo que disparó la V de Vivienda. En cada uno de esos casos, una fuerte carga crítica se expresó de modo muy inteligente para esquivar la criminalización, para interpelar a lo social sin dar cancha a los políticos, para escapar de los guetos y las identificaciones castrantes (izquierda/derecha). La radicalidad nunca está donde se la espera y hoy menos que nunca. Ser cualquiera, dirigirse a cualquiera, gritar como cualquiera. ¿Quién era el nosotros del no a la guerra, el 13-M o la V de Vivienda? Todos y nadie, diferentes afectaciones pudieron encontrarse en espacios abiertos e incluyentes para elaborar políticamente problemas comunes.

Sin embargo, la propuesta de huelga se desinfló después de rebotar un poco por todas las esquinas durante tres semanas. Yo no sabría explicar por qué. Pero la iniciativa contenía una dificultad que puede ser interesante pensar para el futuro. Una huelga, es decir, el paro de las actividades en el lugar de trabajo, ¿es una herramienta de lucha que sirve a las amas de casa, los parados, los trabajadores temporales, los sumergidos, los autónomos, los emigrantes, etc.? La huelga clásica se oponía a “una explotación limitada en el tiempo y en el espacio, una alienación parcial, debida a un enemigo reconocible y, por tanto, vencible” (Tiqqun), pero hoy día todo es trabajo: consumir, soñar, relacionarse, viajar, militar. Todo es susceptible de ser valorizado. Cuando vida y trabajo se confunden, cuando el trabajo absorbe la vida, ¿cómo se interrumpe la producción? Cuando no existe tradición de lucha compartida, experiencia política, comunidad o lugar de trabajo estable, ¿qué enemistad puede compartirse, cómo se sostiene colectivamente una lucha?

Ciertamente, esa dificultad podría haberse asumido como un reto. El carácter abierto y anónimo de la convocatoria lanzaba un desafío a la imaginación colectiva: ¿qué huelga es posible? Teleoperadores que comunican a los clientes sus condiciones de trabajo, mujeres que hacen una huelga de cuidados, huelga generalizada de consumo (móvil, gasolina, etc.). Pero el reto no se aceptó (¡por ahora!). En el caso concreto de los movimientos sociales, la convocatoria se vio con mucho recelo (origen sospechoso, ambigüedad, escasa radicalidad…). Las nuevas formas de politización del malestar social parecen pillarles a contrapié. Como explica Ada Colau en el periódico Diagonal a propósito de la V de Vivienda, “cuando surgió la primera convocatoria a través de un mail anónimo, casi nadie del ámbito activista le dio crédito; tras las primeras convocatorias, en el mejor de los casos había indiferencia y, en otros muchos, desprecio vanguardista. Y cuando algunos movimientos sociales se acercaron, sobre todo a partir del crecimiento de las movilizaciones, fue casi siempre para condicionar, cooptar y aleccionar, en lugar de respetar, mezclarse y fortalecer”.

Cada cual en su sitio, la política la hacen quienes tienen títulos para ello: así razona la lógica de policía. La política más bien se alimenta de la fuerza de ser uno cualquiera, sin etiquetas, la alegría del anonimato, del dejar de ser, del estar junto a otros que no conozco y que no son como yo, pero confiando en que estén en esto por lo mismo que yo.



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