viernes, 3 de junio de 2011

Mujer, joven, emigrante... paradigma de precariedad

Os dejo aquí un artículo interesante sobre la mayor precariedad que sufrimos las mujeres, como consecuencia de diversos factores: la dificultad para compatibilizar la formación de una familia con el trabajo, debido a la falta de apoyo público y al escaso reparto de tareas; la concentración de las mujeres en los sectores laborales con más precariedad; el problema de las pensiones de viudedad; los salarios más bajos; la violencia asociada a la prostitución; o el efecto sobre las mujeres de unos sindicatos mayoritarios dedicados a la gestión del sistema y que defienden las reformas laborales, que afectan especialmente a las mujeres. En este punto, este artículo escrito en 2005 fue premonitorio de la situación laboral que tenemos ahora. 
Fuente: http://www.anticapitalistas.org/node/791



La historia nos muestra que en todas las épocas es por su propio esfuerzo como los oprimidos se han liberado de sus amos. Es totalmente necesario que la mujer retenga esta lección: que su libertad se extenderá hasta donde se extienda su poder para liberarse por sí misma. Emma Goldman.

 

De lo concreto a lo abstracto, de lo local a lo global.


Es en el seno de la familia patriarcal donde se fragua la dependencia económica y emocional de las mujeres, mediante la desigual distribución de roles sociales, potenciadores de la interiorización de la violencia hacia las mujeres. La familia patriarcal produce el fenómeno de mujeres pobres en familias ricas, debido a la desigual distribución de rentas.

Las mujeres sufrimos precariedad al incorporarnos al mercado laboral pagando un “impuesto” por nuestra capacidad reproductiva. La incorporación de la mujeres al mercado de trabajo es de 18 puntos de diferencia con respecto al género masculino, siendo ésta más acusada en la franja de edad entre 30 y 40 años, coincidiendo con el período de fecundidad más alto.

Las mujeres sufrimos precariedad laboral al insertarnos en un marco de segregación ocupacional concentrándonos en sectores (textil, comercio, servicios sociales y personales, trabajadoras del sexo...) considerados de baja cualificación. Las mujeres soportamos altos índices de paro y precariedad laboral, en forma de contratos a tiempo parcial, que a la práctica suponen una dedicación exclusiva y gratuita al trabajo, lo que dificulta la permanencia en el mercado laboral de las mujeres madres. Por si fuera poco a todo ello hemos de sumar la violencia que supone el acoso sexual y laboral al que están sometidas tantas mujeres jóvenes, aunque también divorciadas y viudas, es decir aquellas mujeres más débiles en el marco del capitalismo.

Las mujeres sufrimos precariedad de vida por nuestra doble o triple presencia: laboral, convivencial y en nuestro caso sindical, política o social, ya que los marcos sociales están pensados por y para hombres libres de cargas familiares.

Las mujeres sufrimos precariedad al final de nuestro ciclo vital aunque hayamos formado parte del mercado laboral: la base reguladora para el cómputo de pensiones para las mujeres viudas es el 48% del cónyuge. La cantidad media de pensiones por jubilación en relación al SMI es del 150% para los hombres, pero del 95% para las mujeres.

Se evidencia así la feminización de la pobreza. Nosotras trabajamos más que los hombres pero participamos muy poco de los beneficios económicos. Si el trabajo de las mujeres se reflejara en las estadísticas, se destruiría el mito de que son los hombres quienes mantienen el hogar, ya que realizamos el 67% del trabajo mundial, aunque sólo la décima parte del mismo es remunerado.

Las mujeres emigrantes sufren violencia patriarcal y del sistema capitalista. Al acto violento de la emigración debemos sumarle el mercado laboral de inserción, principalmente en el servicio doméstico y de cuidados personales, muchas veces en situación de economía sumergida. Esta realidad de sobreexplotación es la causa de que una de cada cinco emigrantes se dedique a la prostitución, trabajadoras sin derechos laborales, sanitarios, sociales ni sindicales.

 

Guerra Global y Precariedad en las mujeres.


El capitalismo necesita la guerra de clases para mantener su tasa de beneficio. Para ello declara la guerra a la clase trabajadora que, sobre todo en los estados centrales de la UE y debido a su participación en la 2 Guerra Mundial en defensa del Capital, mantiene una fuerza considerable. Derrotada la experiencia revolucionaria en Catalunya en 1936, el sistema capitalista se sirve de los estados y marca tres grandes objetivos para acabar con la clase obrera y aumentar su tasa de beneficio: la desaparición de las mujeres del mercado laboral después de haber sido utilizadas como maquinaria de guerra sobre todo en el textil, con jornadas agotadoras y salarios miserables en “defensa de sus hombres y de la patria”, la vuelta a casa y a las familias para hacerse cargo de la reproducción social de forma gratuita. Para ello cuentan con la connivencia de las fuerzas sindicales, representantes también entonces de la aristocracia de la clase obrera masculina. El segundo objetivo, la reducción del estado del bienestar, lo consiguen mediante la reducción de presupuestos sociales en salud y servicios sociales de cuidados. La reducción de presupuestos sociales incide en la precariedad de las mujeres que pagan un “impuesto reproductivo” al no poder conciliar la vida laboral, familiar y personal. Por último el tercer objetivo, la disminución del poder sindical de la clase trabajadora, lo consiguen mediante la dependencia de los aparatos sindicales de los presupuestos del estado, no pagados por el Capital sino por la ciudadanía, pero que consigue el efecto de “obediencia debida”, encontrándonos en la actualidad con un sindicalismo mayoritario de gestión del sistema al que dice combatir. Este sindicalismo de gestión incide negativamente en las mujeres trabajadoras porque defiende unas Reformas Laborales que aumentan nuestra precariedad laboral y de vida.

Nuestras tareas. Gestar un sindicalismo antipatriarcal y anticapitalista contra la Precariedad.


Gestar un nuevo modelo sindical para combatir la precariedad en las y los jóvenes no es tarea fácil, pero es tarea necesaria. Para ello debemos invertir el modelo sindical de la aristocracia de la clase obrera (hombre, adulto, blanco) y reinvertar modelos a través de experiencias prácticas, adaptándonos a la realidad precaria en la que viven los y las trabajadorasjóvenes. Implicación en la acción directa, invertir el orden de las reuniones de despacho con los empresarios para dedicar nuestras horas sindicales a potenciar la participación, la organización y la lucha de los y las jóvenes. Conseguir autoridad moral, recuperando capacidad de entender las formas de lucha de la juventud, analizar con mayor rigor la imposibilidad que supone la precariedad para enfrentarse al empresario, la ausencia total de cultura sindical y de referentes de combatividad que tiene la clase trabajadora joven.poniéndonos al nivel de la juventud.

Subvertir el modelo sindical existente, reinventar modelos sindicales de lucha, invertir las horas sindicales en la organización de los y las jóvenes en precariedad, implicación en la acción directa, realizar experiencias aunque los resultados sean mínimos, son algunos de los ítems que debemos considerar a la hora de gestar un nuevo modelo sindical más próximo a la nueva y dura realidad laboral.

De ahí la importancia del caso concreto que comentaba al principio del artículo. Un ejemplo que esperamos sirva para visibilizar un problema de las mujeres jóvenes trabajadoras de acoso sexual y laboral. Pero que al mismo tiempo, sirva para implicar y organizar a las jóvenes en un modelo de sindicalismo combativo y participativo, que resulte eficaz para la lucha de la clase trabajadora contra el capital.



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